viernes, marzo 27, 2015

El Guion

 


Cuando Josué me encontró en aquella mansión abandonada, la larga espera terminó. Muy poca gente se había atrevido a entrar en el caserón de madera a lo largo de los años. Los que lo hicieron antes que él nunca llegaron al cuarto donde me habían olvidado. La rabia de mi soledad que desataba bandadas de aullidos o ráfagas de frío, los espantaba. Mis suspiros hacían crujir las paredes y cuando parpadeaba encendía y apagaba luces. Tras las ventanas clausuradas, el polvo cubrió la mesa, el parquet, sillas, camas, ventanas, todo. Mejor dicho, casi todo, porque sobre mí jamás cayó algo que pudiera macular la perfecta cubierta de cuero negro. Eso fue lo primero que atrajo la atención de Josué al verme. En el título impreso en letras doradas, estaba la trampa y no pudo resistirla: El Guion. Era un muchacho asustado intentando ser valiente en la casa embrujada del pueblo. ¿Cómo lo podía asustar un simple libro en una casa llena de fantasmas y apariciones? La respuesta, larga como una vida, Josué la estaba leyendo.

Yo era la causa del horror que habitaba esa casa. En mí residía un poder capaz de alterar el orden natural de las cosas. Quien se atreviera a abrirme encontraría en mi primera página, todas las oraciones que comprendían la historia minuciosa de su vida. El que en mí leía, la felicidad de las sorpresas que el tiempo descubre, para siempre perdía. Josué en una lectura rápida conoció su futuro. Pero el precio es que su vida, su presente, lo que sucede día a día, de forma irrevocable y hasta su muerte pertenece solo a mí. Cada mañana, de ahora en adelante, al despertar tendrá plena conciencia de lo que sucederá en la jornada. Yo dicto, Josué se limita a ejecutar aquello que al leer él mismo había escrito. Porque todo ello ahora estaba en mí. Yo soy esa historia y existo para garantizar que se ejecute al pie de la letra. Josué, un alma buena y joven, se sintió satisfecho y fascinado con la vida que leyó. O al menos eso pensó en un primer momento. Hay que reparar en la letra pequeña.

Al día siguiente, en el colegio, por primera vez comprendió el lío en el que estaba metido. Ya sabía lo que iba a pasar en el examen: lo iba a perder. Sufrió al poner las respuestas erróneas, pero no lo pudo evitar, su mano y todo su cuerpo seguían la voluntad automática de lo que estaba escrito. Pocos meses después, con mucho esfuerzo y voluntad, me contradijo salvándose de una golpiza que lo esperaba a la salida del colegio. Al llegar a casa se sintió aliviado, había encontrado una salida al feroz libreto. En la puerta de la casa encontró a su hermana muy asustada. Hacía un rato, más o menos a la hora de la salida del colegio, todas las plantas, hierbas y verduras de la casa, incluso las que estaban en el refrigerador y hasta las del caldo del almuerzo, se habían podrido en un instante. Josué de inmediato comprendió mi mensaje. Si eso había pasado por evitar una golpiza, sucederían cosas peores que la comida echada a perder si lo intentaba de nuevo. Hablar de mí era imposible, yo le hacía perder la voz si se atrevía a imaginarlo. Varias veces me echó a las llamas o me dejó perdido, solo para encontrarme en el primer cajón que abriera. Se resignó y durante los siguientes ochenta y tres años ejecutó sus líneas con pocas libertades de interpretación. En mis pasajes más oscuros llegué a sospechar que sus días favoritos fueron todos los que vivió antes de levantarme de la mesa empolvada.

Yo nunca me cansé de repetirle que en realidad la situación no era tan mala, que debía ver también las cosas buenas de su situación. Él decía que era como si todos los días le contaran el final de la película antes de poder verla. Poco entiendo y sigo sin entender mucho sobre eso que llaman vivir. Lo mío, señoras y señores, es el saber y en el sentido más amplio yo otorgué el conocimiento que todos buscan. Yo di las respuestas a estas preguntas: ¿Qué va a pasar con mi vida? ¿Quién soy? ¿Cómo voy a morir? Un libro muy viejo dijo: “Ten cuidado con lo que pides, puede que lo obtengas”. Qué razón tenía.

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Por Guillermo Muñoz Pinelo