lunes, febrero 13, 2006

Domingo

Domingo en que la luz nos invade,
la calma nos llena,
la paz nos habla:
     escúchenme en el viento,
en el lento circular de los vehículos.

Es perdernos medio día entre las sábanas
y luego odiarnos por los quehaceres domésticos,
los chapuces, la falta de descanso,
la resaca del sábado, el matrimonio o
simplemente porque nos hace falta
odiarnos como nos odiamos
durante el resto de la semana.

Hoy borbotean los restaurants con almuerzos de oficio
y las iglesias se llenan de creyentes que buscan a Dios
en el lugar santo, escuchan el sermón, rezan de memoria,
toman la comunión o se quedan sentados
por el pecado capital de las nalgas de la vecina de enfrente.
“Podéis ir en paz” y dejan a Dios con su cura y sus santos hasta,
¿si Dios quiere? el siguiente domingo.

Reunión, amigos, visita familiar,
risa entre platos y manteles de domingo,
     almuerzo de todos,
sazón de generaciones de manos de mujeres.
Es el tiempo para la novia, su paseo con helado,
café o atolito y con suerte, a veces también con amor,
nido de amor de tiempo compartido.

Domingo es fanático fútbol de cancha polvorienta,
engramillado de Mateo o palco de televisor;
gritos frenéticos, rodar de pelota, sudor-sangre,
alegatos y siempre pulmones hinchados de gol.
Es la criada endomingada
que pasea de la mano
del jardinero que le ofrece
besos, caricias y matrimonio en flor.

Es la prole que sale en miríadas
a recostarse en el pasto de la Reforma
para un picnic de tortillas y smog.
Es mamá ganso, papá ganso y sus gansitos
que desprecian al patito feo
que salió de la barriada, el bus, la chamusca
y el cuarto de servicio de sus casas
para arruinarles el “perfect Sunday”.

Es el caer de la noche con preludio de lunes,
es cerrar los ojos para soñar que evitamos papeles,
tráfico, deberes, comercio de ideas y economía de deseos humanos…
     es cerrar los ojos,
 solo para soñar con el siguiente domingo.