La muerte rondando cerca, pero lejos. Una línea que empieza a tenderse con una explosión, encarrilada sobre sus propio eje, veloz, para incrustarse, hundirse, perderse en un cuerpo que resiste y consciente se defiende y se desploma asustado y con menos fuerza. Miedo olor pólvora. La línea de vida que amenaza con perderse, súbitamente, tal como inició. Los socorros que llegan y las noticias que vuelan. Laura, doctora, ventipico, recientemente madre, hija, hermana, esposa estaba a punto de perder una de sus condiciones de circunstancia. Siente como los dos extremos, los dos puntos de la línea, el principio y el final; el gozo de la felicidad y el terror del miedo, doblarse sobre ella, sobre su cabeza. Sentía que el tiempo, en si mismo, la línea gruesa que sentía a dos palmos sobre su cabeza, empezaba a doblarse, a buscarse a sí misma. Los extremos descendían sobre ella, como si el inicio y el culmen, quisieran verse directo a las caras, directo a los ojos, en una concatenación infinita de falsos espejos rotos.
Solo la cabeza de Laura estorbaba en su camino. Ella temía que si los dos extremos llegaran a juntarse, cerrando el lazo en algún punto cercano al hipotálamo, digamos, devendría el caos del tiempo deshilvanado, del después sin un antes y viceversa. En fin, en una de las tantas denominaciones de la locura.