lunes, abril 11, 2011

These City Lights - T8CDK / CD-R / 52X / 80 MIN / 700 MB

Sacando cosas  del vehículo, había encontrado un disco, estaba entre la pila de discos en formato de cinema, pero tenía un aire raro. Venía en una funda de papel blanco y celofán transparente que ponía en azul y letras de carta con colochos bien peinados: “These City Lights”.   Dejó el resto de discos sobre la mesa sin dejar de mirar la vieja envoltura.  La examinó más de cerca para comprobar que no fuera una película y no, ciertamente era un CD. Simple y llano T8CDK / CD-R / 52X / 80 MIN / 700 MB. Lo metió en la computadora e inmediatamente empezó una música que acompañaba muy bien las notas largas, de un canto, a media voz, potente y a la vez melancólico.  La música era en verdad agradable, la noche estaba ya bastante entrada en horas y aunque estaba cansada, cedió a dejarse llevar por la música.  Había algo en la música que le parecía familiar. No, familiar no era la palabra adecuada, la opción más obvia era frecuentemente su talón de Aquiles; había aprendido a pensarlo un poco más despacio.  Identificable, era la palabra más exacta. Algo en la música resultaba instantáneo a sus sentidos, algo le recordaba a alguien, como si ese CD hubiera pertenecido a una persona que hubiera conocido, pero que quizá nunca habían tenido la oportunidad de compartir.  No era fácil o frecuente en ella que se obsesionara con una idea, los últimos tres años le habían enseñado a dejar las cosas atrás con mayor facilidad, pero esta vez fue inevitable. 

No se por qué creo que este CD se perdió en la última mudanza.  Una de las tantas cosas que se empacan sin querer entre la carrera de la prisa, la pena de dejarlo todo y la nostalgia que aprieta fuerte la garganta.  El jardín de la casa fue lo último que vi cuando ya el techo se estaba viniendo abajo y yo apenas lograba salir por la puerta principal. De ese punto en adelante, aprendí a ver solo hacia el frente. Ver el jardín perfecto que habíamos planificado, cuidado y ejecutado junta entre llamas y escombros fue una dosis demasiado fuerte del pasado y de las marcas que deja.  Detrás de esa puerta quedaron los años en que nos conocimos durante un simulacro en el que evacuaron la universidad.  Las dos teníamos que ver con el proceso de atender y preparar a los heridos para ser evacuados según la gravedad de sus heridas. Ella había atendido las telecomunicaciones y se lo había tomado muy a pecho, aun estaba nerviosa. Compartiendo los audífonos bebimos una taza de té verde, yo trabajo social y sociología, ella comunicación social a secas. Vivíamos a 200 metros la una de la otra, quedamos de juntarnos en la tienda de discos que estaba en la esquina del parque Ueno. Comparamos gustos y compartimos música, excusas vanas. Dos años después compartíamos casa y vida en la luz dorada del verano o en la niebla pegajosa del invierno. Sin embargo esa puerta y todo con ella quedaba atrás, destruido todo entre el fuego y el ripio.  Estoy segura que la música le hubiera encantado. Hubiera alcanzado un buen ranking en su top 10, esos que solo eran alcanzables cuando la tarde estaba alta en el cielo y solo quedaba tenderse en la losa fría del piso, a dejar que lo peor del calor pasara, debajo del ventilador bebiendo toneladas cúbicas de té helado y escuchando música hasta que se pudiera hacer el amor sin la sensación de estar chapaleando en el otro cuerpo.

Ese CD le daba la sensación de haber sido de lo poco que había rescatado de esa puerta.  Un fino, frío, delgado memento que se las había arreglado para escaparse en el último resoplido de la casa y que de algún modo llegó a sus manos.  Como si fuera uno de los CD que ella tenía preparados especialmente para fines de semana de verano, pero que nunca tuvieron la oportunidad de compartir. El tiempo apremia y ya el fragor de la batalla se acerca.  La guerra no deja mucho tiempo para obsesionarse con otra idea que no sea la guerra.