lunes, agosto 26, 2013

Para los días de lluvia en Agosto…

Para los días de lluvia en Agosto,
hacen falta poemas ligeros,
refrescantes, húmedos
     como las gotas
que una a una nos van anegando
las tardes y las letras.

Para las lluvias de agosto
con su promesa de relámpago
     en la distancia;
están las montañas ancianas
con sus faldas de cerros,
desbordadas del verde tornasol
de bosques y cultivos.
Cuando se encuentran son
un coloso verde y otro gris,
que, fluidos, conversan.

También está la ciudad,
para los días de lluvia de Agosto,
     gigantesca
en el ajetreo de su microcosmos,
mínima como un punto en sus formas,
incierta como la duda en sus contornos;
bullente y si, siempre viva.

domingo, agosto 25, 2013

…17

“Nadie parecía dispuesto a contradecirlo porque Wong esmeradamente aparecía con el café y Ronald, encogiéndose de hombros, había soltado a los Waring´s Pennsylvanians y desde un chirrar terrible llegaba el tema que encantaba a Olivera, una trompeta anónima y después el piano, todo entre un humo de fonógrafo viejo y pésima grabación, de orquesta barata y como anterior al jazz, al fin y al cabo de esos viejos discos, de los show boats y de las noches de Storyville había nacido la única música universal del siglo, algo que acercaba a los hombres más y mejor que el esperanto, la Unesco o las aerolíneas, una música bastante primitiva para alcanzar universalidad y bastante buena para hacer su propia historia, con cismas, renuncias y herejías, su charleston, su black bottom, su shimmy, su foxtrot, su stomp, sus blues, para admitir las clasificaciones y las etiquetas, el estilo esto y aquello, el swing, el beebop, el cool, ir y volver del romaticismo y el clasicismo, hot y jazz cerebral, una música-hombre, una música con historia a diferencia de la estúpida música animal de baile, la polka, el vals, la zamba, una música que permitía reconocerse y estimarse en Copenhague como en Mendoza o en Ciudad del Cabo, que acercaba a los adolescentes con sus discos bajo el brazo, que les daba nombres y melodías como cifras para reconocerse y adentrarse menos solos rodeados de jefes de oficina, familias y amores infinitamente amargos, una música que permitía todas las imaginaciones y los gustos, la colección de afónicos 78 con Freddie Kapard o Bunk Jhonson, la exclusividad reaccionaria de Dixieland, la especialización académica de Bix Beiderbecke o el salto a la aventura de Thelonius Monk, Horace Silver o Thad Jones, la cursilería de Errol Garner o Art Tatum , los arrepentimientos y las abjuraciones, la predilección por los pequeños conjuntos, las misteriosas grabaciones con seudónimos y denominaciones impuestas por marcas de disco o caprichos de momento, y toda esa franc-masonería de sábado por la noche en la pieza del estudiante o mientras escuchan Star Dust o When your man is going to put you down, y huelen despacio y dulcemente a perfume y a piel y a calor, se dejan besar cuando es tarde y alguien ha puesto The blues with a feeling y casi no se baila, solamente se está de pie, balanceándose, y todo es turbio y sucio y canalla y cada hombre quisiera arrancar esos corpiños tibios mientras las manos acarician una espalda y las muchachas tienen la boca entreabierta y se van dando al miedo delicioso y a la noche, entonces sube una trompeta poseyéndolas por todos los hombres, tomándolas con una sola frase caliente que las deja caer como una planta cortada entre los brazos de los compañeros, y hay una inmóvil carrera, un salto al aire de la noche, sobre la ciudad, hasta que un piano minucioso las devuelve a sí mismas, exhaustas y reconciliadas y todavía vírgenes hasta el sábado siguiente, todo eso en una música que espanta a los cogotes de platea, a los que creen que nada es de verdad si no hay programas impresos y acomodadores, y así va el mundo y el jazz es como un pájaro que migra o emigra o inmigra o transmigra, saltabarreras, burlaaduanas, algo que corre y se difunde y esta noche en Viena está cantado Ella Fitzgerald mientras en París Kenny Clarke inaugura una cave y en Perpignan brincan los dedos de Oscar Peterson, y Satchmo por todas partes con el don de ubicuidad que le ha prestado el Señor, en Birmingham, en Varsovia, en Milán, en Buenos Aires, en Ginebra, en el mundo entero, es inevitable, es la lluvia y el pan y la sal, algo absolutamente indiferente a los ritos nacionales, a las tradiciones inviolables, al idioma y al folkore, una nube sin fronteras, un espía del aire y del agua una forma arquetípica, algo de antes, de abajo, que reconcilia mexicanos con noruegos y rusos y españoles, los recupera al oscuro fuego central olvidado, torpe y mal y precariamente los devuelve a un origen tradicinado, les señala que quizá había otros caminos y que el que tomaron no era el único y no era el mejor, o que quizá había otros caminos y que el que tomaron era el mejor, pero que quizá había otros caminos dulces de caminar y que no los tomaron, o que los tomaron a medias, y que un hombre es siempre más que un hombre y siempre menos que un hombre, más que un hombre porque encierra eso que el jazz alude y soslaya y hasta anticipa, y menos que un hombre porque esa libertada ha hecho un juego estético o moral, un tablero de ajedrez donde se reserva ser alfil o el caballo, una definición de libertad que se enseña en las escuelas, precisamente en las escuelas donde jamás se ha enseñado y jamás se enseñará a  los niños el primer compás de un ragtime y la primera frase de un blues, etcétera, etcétera.
I could sit righ here and think a thousand miles away,
I could sit righ here and think a thousand miles away,
Since I had the blues this bad, I can’t remember the day…”

Julio Cortazar
Rayuela.
Extracto del Capítulo 17. Rayuela y el Jazz.